Pena de muerte o sacrificio ritual

El canibalismo ritual puede manifestarse de distintos modos y con distintos objetivos; ya sea apoderarse de las virtudes de la víctima, satisfacer a una divinidad o alimentar a la tribu entre otros; pero también tiene un componente de demostración de superioridad de los comensales por un lado, y de servidumbre a un orden social por otro. Ya nos rijamos por leyes divinas o judiciales; las cuales por cierto, están muy vinculadas a los antecedentes religiosos de cada sociedad; la ejecución de una pena, o el sacrificio ritual, tiene la funcionalidad de cohesionarnos como grupo, de someternos como individuos a los designios del colectivo. El sacrificio, la sublimación de la fe, para que se cumplan nuestros sueños de una vida mejor, de una ilusión de seguridad contra los embates de la vida; la seguridad que da el dios de la lluvia para que empape los campos, o el dios de la justicia para que nos libre de todos esos hechos luctuosos con los que nos asustan desde la televisión, las revistas, los diarios y los cuentos infantiles.
El control social mediante el terror a una forma de poder sobre nuestras vidas, ya sea de origen divino o terreno, en forma de sacrificios rituales o de condenas judiciales tienen mucho más en común al margen de su evidente parafernalia y puesta en escena, dispuestas para revestir el crimen ritual de un aire solemne y de una aparente justificación más o menos creíble adaptada a las creencias y costumbres sociales del grupo.
Así como de niños nos hipontizaban los maullidos de un gato torturado, la pena de muerte fue durante muchos siglos un espectáculo público; e incluso hoy en día también lo es, aunque es cierto que en nuestro país ya sólo se nos presenta como espectáculo morboso, carne de noticiario, como ejemplo de cuán bárbaros pueden ser en otros países; pero es curioso que siempre sean los mismos países los que se convierten en el centro de la foto; cuanto menos elaborada sea la liturgia más posibilidades tienen de convertirse en centro de la noticia; esa noticia que nos hace clavar los ojos en una fotografía mientras exclamamos disgustados, sin apartar la mirada, cuánto nos repugna. Porque lo morboso es reprobable moralmente pero atractivo a nuestros instintos primarios.
En este lado del mundo ya no colgamos los despojos para ejemplo de todos, ya no descuartizamos en un escenario, ya no clavamos en una pica la cabeza del reo. Ya no hace falta, hemos modificado nuestros hábitos en relación a nuestros nuevos gustos. Según nuestras vidas y sociedades se hacen más sofisticadas, nuestras miserias también cambian formalmente. Una ejecución revestida de solemnidad, higiénica, ordenada, se nos hace extrañamente tolerable, pues pensamos, ya que así nos lo han repetido desde niños, que es algo lógico. La causa y el efecto; el hombre malo paga por sus crímenes, nos ofrece la posibilidad de celebrar un ritual y justificar la existencia del dios Justicia; de reafirmarnos en nuestras creencias morales. Quien la hace la paga, así, sin más consideración; sin tener en cuenta que la supuesta libertad de elección está directamente ligada a la igualdad de oportunidades; por lo que la supuesta libertad de elección se convierte en posibilidad de elección, directamente relacionadas por la educación y la estabilidad económica y emocional. Posibilidad de elección según las experiencias vividas, los comportamientos aprendidos; según las herramientas de relación social con las que nos haya dotado nuestra educación.
Sin embargo, los defensores de la pena de muerte suelen bromear cínicamente con el origen social del crimen; para ellos aquí no podemos aplicar la máxima "la sociedad es la culpable", tan Roussoniana ella, por lo que parecen más bien creer en la maldad intrínseca del delincuente.
Sabiendo lo que sabemos y viendo los comportamientos de nuestras crías, no vamos a defender tampoco la idea del buen salvaje; pero sí podemos pensar que ya que somos animales inteligentes, debemos comportarnos más inteligentemente.